Llovía
sobre la cancha cuando le dije que se fuera. No puede ser que me arruines el
fútbol cada martes, regurgité con mi pinta de alfeñique, mientras reparaba en
las piernas torcidas y los botines embarrados. Atrás, la peña se burlaba de mí
como siempre. Cada vez que ella venía de imprevisto y nos cortaba el rollo del
partido, pasaba lo mismo: el Ruso hacía señas obscenas con las dos manos, Xavi
me palmeaba el hombro y se reía, los porteros se encontraban a mitad de campo para
cotillear y Rudy me gritaba Boludo, andá que la llamaste vos.
Pero
hoy se terminó. Es hora de que sepas que
soy cojo, qué danza de la lluvia ni leches.