Ella quería saber todo sobre mí. Lugares, miserias o mujeres amadas. Mis fobias y rencores, abandonos y defunciones, todo. Fue diligente, prodigiosa. Traspasó mi secretos más íntimos. Estudió los detalles de mi vida cama a cama, me siguió de cerca, lamió mis entrañas.
Al poco tiempo ya vivíamos juntos. Su fascinación por las palabras crecía cada noche aunque yo me sintiera a su lado un ser absurdo, empequeñecido, miserable. Viajaban hacia mí las tazas del café más exquisito, su cuerpo abanderaba mis sábanas y me emborrachaba de ella. Me apretaba contra sí desnuda, yo permanecía sin emitir sonido, entregado. Lo sospechaba contradictorio, “no puede ser” mascullaba, tanta belleza parecía una trampa infame. Pero luego me convencía porque si lo que llamaban felicidad existía, seguro olía como ella. Hallaba una fascinación extraña en mis oraciones y seguía perdiéndome en sus piernas sin encontrar la salida.
Hasta que llegó la hora. Una vez hubo terminado el escrutinio de mis cajones, espiado la última nota y analizado cualquier resto, lo presentí. Se acercó con un lápiz afilado a mi yugular y sentí miedo. Balbuceó “me dan asco los finales amables” y me lo hundió hasta el último capítulo.
Al poco tiempo ya vivíamos juntos. Su fascinación por las palabras crecía cada noche aunque yo me sintiera a su lado un ser absurdo, empequeñecido, miserable. Viajaban hacia mí las tazas del café más exquisito, su cuerpo abanderaba mis sábanas y me emborrachaba de ella. Me apretaba contra sí desnuda, yo permanecía sin emitir sonido, entregado. Lo sospechaba contradictorio, “no puede ser” mascullaba, tanta belleza parecía una trampa infame. Pero luego me convencía porque si lo que llamaban felicidad existía, seguro olía como ella. Hallaba una fascinación extraña en mis oraciones y seguía perdiéndome en sus piernas sin encontrar la salida.
Hasta que llegó la hora. Una vez hubo terminado el escrutinio de mis cajones, espiado la última nota y analizado cualquier resto, lo presentí. Se acercó con un lápiz afilado a mi yugular y sentí miedo. Balbuceó “me dan asco los finales amables” y me lo hundió hasta el último capítulo.
12 comentarios:
Me encantó.
Me encantó.
Y me dio miedo. Como que ahora no me dan ganas de relajarme.
Extraordinario relato.
Y el final apoteósico.
Biennnnnnnnnnn.
Besos.
La condición de cobaya literaria nos viene ya de nacimiento y nadie está libre de ella.
Recomiendo desde ya a cualquier amigo, conocido, vecino o familar de literato que corra a vacunarse...
Aunque sea una tramposa, aunque el lápiz siempre esté afilado y dispuesto, ¿cómo querer a otra?
Genial¡¡
Un abrazo muy grande
es que la obsesión tiene cara de medusa...
qué bueno el relato, maldita musa!
salud-os.
lo feo de matar con lápices es que generalmente se les rompe la punta, y hay que volver a sacarle. para el quinto homicidio tenes que abortar todo porque el lápiz es demasiado chico para terminar el trabajo
Musa, ésa es mi historia, punto a punto, coma a coma.
De hecho ahora no sé si soy un personaje de pleno derecho, o si sólo llego a ser un mero plagio, palpitante y caliente, pero plagio al fin y al cabo...
En fin, la cuestión que empieza a preocuparme en serio es...
¿Quién de vosotras dos me clavará el lápiz?
Un beso,
Stradivarius.
curioso cómo el relato de la crueldad queda bonito.
felicítola, Musa
(leíste a Artaud?)
morsa, siempre está a tiempo de desencantarse :)
arcángel, relájese... y por favor no se olvide de gozar
toro, gracias. Le dedico una sonrisa completita, con todos los dientes...
peatón, alguien nos narra. Y después nos aplasta
on the road, es muy tentadora la posteridad (y mentirosa)
A todos,
disculpen la demora en pasar por sus casas.
Abrazos
musa
letras, retriubuyo tu abrazo y te extraño...
la cuchilla, bienvenida. Agradezco su filo suave
chicosoquete oriental, es que para ser asesinados antes deben armarse de paciencia
stradivarius, la vida da vueltas y marea. Un día, dentro de poco, lo encontrará con el lápiz en la mano...
valentrinity, la crueldad nos revela como nadie
A todos:
Besos y mil gracias por pasar.
musa
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