ELLA

Foto Hans Bellmer
Unas piernas largas al lado del costurero, el ruido invisible de los cristales rotos, un hombre enfundado en un traje marrón. Fue al tomar la aguja que lo asaltaron los recuerdos de esa primera mujer y sus hombros transparentes. Mientras el hilo entraba rojo a través de los tejidos, se relamió los labios cuarteados y vino el sabor de sus muelas a alimentar la tarde. Se echó el pelo hacia atrás. La mecedora chirriaba y los hilos buscaban la salida, se desparramaban ebrios. De la segunda aparecieron sus muñecas, las delicadas manos de peluquera y las manchas de nicotina. Lo inmovilizó el amarillo. Pero el cuello de la siguiente desbarató ese flashback y el invierno se llenó de lunares, de cuerdas bucales que intentaba afinar.
Como un carnicero de la hermosura se abocó a la tarea de unir la espalda hasta que esa boca impune le prometió su lengua. Recordó su nombre pequeño, se secó el sudor. La aguja prosiguió por los jirones como una víbora de metal. El punto final era prometedor, llegarían luego aquellos pies diminutos a ultimar su obra.
Casi estaba lista. Los rizos rojos asomaban de la bolsa y los colocó donde debía. La habitación era una orgía de perfumes, el olor a formol se evaporaba.
Cortó el hilo con los dientes y la colocó de pie, las costuras no afeaban su naturaleza divina. Imaginó su voz, pasó su mano por las superficies rugosas y lo comprobó: la carne de su memoria era perfecta.