Mi cuero gotea
su semillita
negra;
el cementerio
carnívoro
desmigaja la redondez.
Y su no
latido
trepa
por los
infiernos del cerebro,
aunque
haya una
tibieza confusa
en toda esa
forma,
un resplandor
que huele aún
a vida.
Es mentira.
La luz adultera
su olor dulce.
Ya no hay una
piel pequeña
ni existen ojos
dentro de mí.
Hoy
nos hallamos él
y yo
en este duelo
sin padrinos
ni madrugadas
ni pistolas.
Y me atormenta
el hueco.
Prosigue
ahora su viaje
por mis pasillos
rojos,
para intentar
su pulso
en otra
tierra.