AeropuertAs

Mostró las uñas sobre la escalera metálica. Sentía el estómago reventado por dentro, un ardor que le revolvía antiguas sensaciones de placer. El olvido lo ensuciaba todo, se empeñaba en arrastrar cualquier bienestar hasta el borde de lo negro.
Con los pies lastimados tanteó el filo. Quizá se sentía más alta. Su cuerpo se erguía sobre llagas. Apretó los ojos para que no se escapara más agua. Su interior era una gran salina de la que se desprendía humedad. La abrazó un temblor. El frío cubrió su piel con un saco largo hasta los pies. Una desnudez total se agazapaba tras botones y telas. Ella, prisionera de sangre, era una animal ulcerado con forma de mujer.
Afuera la ciudad. Aeropuertos vacíos, desayunos con nadie, tardes de café sin sol y camas enormes.
Al fin consiguió escaparse de la maleta de carne. Subió presintiendo lo imposible, y se dejó llevar.

Simulacro

Aguardaba el turno. La sala estaba oscura, por debajo de la única puerta se escabullía un gemido. Sus huesos se apilaban con docilidad. Tenía una mueca pálida y las manos cruzadas en un ruego apóstata. Miraba al suelo. Las baldosas lustraban la tarde a través de las grietas abiertas. Había olor a desinfectante. El aire esterilizado le arremetía contra el pecho. Sudaba y una herida roja le mojaba la piel. Pronto lo llamarían por su nombre. Él era el último en esa procesión de butacas vacías del consultorio. Aliviado, mareado, contaba manchas en la pared: hematomas de humedad. Cerca, una mesa con revistas rotas. Más lejos, una pequeña ventana que miraba la tarde. Sentía miedo. Un papel se le arrugaba en el bolsillo del saco.
Para cuando la voz de esa mujer lo despertó, le quedaban horas.

Latitud

Hice de todo por recuperar mi identidad, y casi lo logro.
Había millones iguales a mí, sin embargo siempre había sentido una profunda soledad.
Con frecuencia iban a buscarme los otros, los de enfrente, para alistarme a la otra mitad. Me causaba gracia su porfía. Yo buscaba no pertenecer a eso que se empeñaban en llamar alternativa, y ninguna de las dos partes parecía entenderlo.
Hasta que una tarde, derramado en el suelo, la ví. Era desproporcionada, salvaje. Arrastraba troncos, golpeaba contra las piedras y me dije "es lo que siempre busqué". Se trataba del espíritu menos embotellado que había visto jamás. Quise preguntarle su nombre, pero ya se había ido. La seguí rodando. Deseé zambullirme en su piel revolucionaria.
Pero cuando estaba a punto de librarme de mi congoja, de probar mi intuición primigenia y de fundirme en ella, me encarceló un barrendero que antes de aplastarme me bautizó: puta lata.

Lluviantes

Desde los cristales sucios
reina la vereda sin vos.

En la memoria
hay lenguas que se queman.
Llueve.
Se perpetua esta baba furiosa
encima de los cuerpos.

Hoy
el diablo
derrama ángeles negros
sobre la ciudad.
Un muerto me crece
en las entrañas
y muerde
el pezón de la duda

¿te soñé?

Afuera
el desierto fluvial
bosqueja paraguas
y mi boca te inventa

para no secarse.