PuZle

Una mano con menos dedos busca entre escombros y al fin la encuentra. Su boca estalla en sonidos guturales. Reina un rumor, los ojos se desorbitan. La transporta hacia la cama enfundada en su camisón rojo, sucio, deformado.
Trozos de espejos revelan objetos despedazados, como recién nacidos. No hay nadie más. Una supervivencia tóxica sin patios, ni paredes, ni árboles. Solo perros que beben suciedad e insectos ladrándole a la noche.
Ahora se abrazan.
Él aprieta su espalda, ella le dibuja un débil botón en la camisa. Percibe el lino manchado, zumbidos, un sudor ácido. Puede leerle los labios: van a escaparse de esa ciudad destrozada, cruzar la frontera.
Él aparta restos del estallido y se ovilla a su lado. Le arden los brazos, las heridas de la mano aún chorrean. Busca el vientre de su mujer.
Ella lo sabe: debajo de la cama hay un agujero que la acerca a la tierra. Puede olerla a pesar del humo plástico.
Mientras en el cráter del techo navegan graznidos y pájaros, la mano de él se adormece sobre la sangre seca de su compañera. Una a una, las heridas van conformando un tejido.
La mañana llega más tarde de lo habitual y halla a un individuo de cuatro piernas, salivas y muchísimos dedos.