Edén (Diálogo con El Tercer Hombre, de Gilda Manso)

Foto Stéphane Fugier
En este caso, el Edén era su cuello y ella lo sabía. De allí habían sido expulsados los infieles.
Pero la fidelidad no tenía nada que ver con aparatos reproductivos ni cavidades, no. La única condición que ella ponía a sus amantes era no traicionarse a sí mismos. Y en su mayoría caían muertos como insectos, pegados a un veneno ególatra, lejos del deseo.
Ella los enterraba uno a uno. Su nuca se había convertido en un cementerio de hombres. Algunas noches creía sentir lenguas fantasma arrastrándose por su espalda, almas en pena en busca de identidad. Pero una ducha fría le devolvía la calma y se dormía.
Una tarde, mientras leía cerca de una ventana, algo le escoció debajo de la oreja y se rascó intensamente. Se miró la mano y debajo de sus uñas encontró restos de Polifemo. Era normal que se preguntara qué podía hacer un cíclope en su jardín y quién lo había invitado. Sin embargo lo primero que pensó fue que estaría lastimado y fue a encontrarse con él.
Detrás de un arbusto, cerca de su pelo, algo roncaba; ella se acercó despacito. Había leído sobre estos monstruos mitológicos pero no se imaginaba que dormidos tuvieran tal belleza. Se recostó a su lado y le acarició el ojo. Polifemo se despertó de mal humor porque tenía cosquillas. Se miraron. Es que Cortázar tenía razón, de muy cerca y respirando confundidos, eran dos los cíclopes. Tres ojos y dos cíclopes, pensó ella.

*En diálogo literario y experimental con el relato El Tercer Hombre, de Gilda Manso.




A la bestia literaria, sin sábanas.

9 comentarios:

Gilda Manso dijo...

¡Ah, las mujeres fatales! (Que son lo mismo que las mujeres paradisíacas. Y que las mujeres infernales).
Y de golpe nos encontramos (nosotras, ellas) con un hombre, primero o tercero, el número no importa, como tampoco importa la cantidad de ojos sino cómo lo/los utilice, y la fatalidad se nos vuelve en contra (se les vuelve en contra), y el mundo recupera el equilibrio.

Y, pienso, el diálogo es más equilibrante que el monólogo.

Como siempre: es un placer leerte.

:)

Apapacho.

TORO SALVAJE dijo...

La condición me parece justa "no traicionarse a si mismos" y en cambio todos se traicionan...
Tremendo.

Besos.

La Morsa a la Deriva dijo...

Hay que ser un monstruo verdaderamente monstruoso para ponerse de mal por las cosquillas de las caricias de una buena mujer (¿o sería mejor decír cosquicias?). En fin, yo me quedo con esa idea de la fidelidad. A ver si me sale.

Un kilo y tres pancitos, el cuento, Musa.

Sandra Sánchez dijo...

¡¡Qué bonito!!
;)

Dante Bertini dijo...

un diálogo literario transatlántico...
interesante
mis saludos a ambas

Clarice Baricco dijo...

A las dos mujeres talentosas les rindo mi honor.

Besos agradecidos.

José Ignacio García Martín dijo...

En qué parte de mi cuerpo tendré yo el paraíso... seguiré investigando, a ver si encuentro algo...

Julián Sick dijo...

Anoche sentí tu caperuza una vez más, rondando mis ángeles de plata. La verdad está sobre la cocinilla a gas, sobre la persiana del olvido y la pastilla con horizontes de madera de sándalo. Metámonos el dedal en el agujerito o vendamos la sombra a precio de sable.

malditas musas dijo...

gilda, gracias gracias gracias

toro, morsa, pulgacroft, dante, clarice, peatón y surrealita julián... un placer para mí su paso por este espacio maldito.

abrazos
musa