El señor Salvador dormía en la puerta de una farmacia, enfrente de una panadería que le brindaba sus cenas en bolsas de plástico.
Tenía casi setenta años y era una persona bastante alegre. Hacía tiempo que lo desvelaba una afición: recolectar palabras.
Cuando en la ciudad se estrellaba la última luz, Salvador ponía en marcha su carrito y recorría kilómetros en busca de letras pegoteadas y perdidas entre la basura.
Había quienes se deshacían de ellas por ser de temporadas pasadas; otros, debido a traumas familiares o cacofonías, había de todo. Sin embargo, las preferidas de Salvador eran las apolilladas ya que les colocaba remiendos semánticos y quedaban como nuevas.
En el bolsillo del saco guardaba un “CARAY” como si se tratara de una pieza de colección. Pero tenía otras especiales, insultos como “PELELE” seguían divirtiéndole mucho. Poseía en su haber tanto palabras enloquecidas como fósiles lingüísticos. Algunas mordían, otras simplemente lo ignoraban.
A veces las palabritas que hallaba estaban rotas o en mal estado. Las alimentaba con tinta si hacía falta y, de no haber más remedio, las enterraba en el parque construyendo una fosa pequeña para cada una.
Una noche abrió una caja de cartón y, entre cáscaras de papas y restos café, encontró “DIOS”. Al principio no dio crédito a lo que veía. La sacó con cuidado, la limpió con el puño y se la abrochó en el ojal. De regreso a la farmacia pensó todo el camino en lo que le acababa de suceder, también en que el estómago le hacía ruido. Se sintió algo cansado.
Fue al cruzar la avenida que no vio ese taxi, y la ambulancia llegó diez minutos tarde. Los testigos afirman que no encontraron manchas de tinta sobre el pavimento (todas las palabras salieron ilesas, según dicen, de puro milagro).
Tenía casi setenta años y era una persona bastante alegre. Hacía tiempo que lo desvelaba una afición: recolectar palabras.
Cuando en la ciudad se estrellaba la última luz, Salvador ponía en marcha su carrito y recorría kilómetros en busca de letras pegoteadas y perdidas entre la basura.
Había quienes se deshacían de ellas por ser de temporadas pasadas; otros, debido a traumas familiares o cacofonías, había de todo. Sin embargo, las preferidas de Salvador eran las apolilladas ya que les colocaba remiendos semánticos y quedaban como nuevas.
En el bolsillo del saco guardaba un “CARAY” como si se tratara de una pieza de colección. Pero tenía otras especiales, insultos como “PELELE” seguían divirtiéndole mucho. Poseía en su haber tanto palabras enloquecidas como fósiles lingüísticos. Algunas mordían, otras simplemente lo ignoraban.
A veces las palabritas que hallaba estaban rotas o en mal estado. Las alimentaba con tinta si hacía falta y, de no haber más remedio, las enterraba en el parque construyendo una fosa pequeña para cada una.
Una noche abrió una caja de cartón y, entre cáscaras de papas y restos café, encontró “DIOS”. Al principio no dio crédito a lo que veía. La sacó con cuidado, la limpió con el puño y se la abrochó en el ojal. De regreso a la farmacia pensó todo el camino en lo que le acababa de suceder, también en que el estómago le hacía ruido. Se sintió algo cansado.
Fue al cruzar la avenida que no vio ese taxi, y la ambulancia llegó diez minutos tarde. Los testigos afirman que no encontraron manchas de tinta sobre el pavimento (todas las palabras salieron ilesas, según dicen, de puro milagro).
9 comentarios:
Es tan mágico que ilumina.
Es precioso.
Besos.
Caramba, que tipo más particular este Salvador.
Una auténtica preciosidad, Musa.
Me ha gustado mucho.
Menos mal que las palabras sobreviven. Saben vencer a la muerte, es lo que tiene ser inmortal...
Un abrazo.
Ya habrá por ahí algún Don Salva que termine recogiendo de un vertedero la palbra "peatón", la pobre, que está en vías de extinción...
Beso chamarilero.
pues yo me he quedado muda
oh...pero ¿por qué tuvo que ser atropellado, por qué?.
Llegador.
Abrazos.
toro, los textos están en la sombra, son los lectores sus linternas...
morsa, particular? hay muchos como él. Así que como el sentido común no abunda, lo particular se ve seguido, es sólo cuestión de andar antento ;)
herman, gracias! tu visita también lo es
letras, sí! las palabras son tatara tatara tatara nietas de ideas muuuuy antiguas, todas tienen un recorrido largo y muchas historias en sí mismas...
peatón, pero si vos mismo la has salvado y es una palabra preciosa
bambu, muda? buscá en tus cajones, seguro que tenés muchas palabras imprescindibles, acurrucadas, esperando ver el día
clarice, ...quizá porque había llegado el momento de liberar las palabras para que las usaran otros
A todos,
estoy feliz por comunicarme con ustedes por este medio. Gracias por pasar por aquí
Abrazos!
musa
Pelele, jo, es el insulto cariñoso de mi padre, «pero qué pelele eres», de repente siento un ataque agudo de papitis, uf.
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