David
conocía su destino, pero tenía demasiada hambre para ser un
cobarde. Durante horas, trazó surcos en las piedras y cruzó a llaga
limpia el valle de Efes-damim.
Debajo
del único manzano, encontró a Goliat, que dormía enroscado en su
lanza. Lo reconoció por sus pies enormes y se sentó junto a él,
procurando no romper la quietud.
Las
tripas de David rugieron y el gigante abrió los ojos. En un acto
automático, ambos alzaron los escudos. Solo se oyó el zumbido de
una mosca que revoloteaba entre los dos.
Al
ver que nadie atacaba primero, gigante y pequeño se buscaron la
cara. Para su sorpresa, encontraron una mirada apacible detrás de
los hierros, y se olfatearon como bestias en edad de jugar.
Una
fruta madura pendía sobre ellos: la piel frutal era un imán para
sus lenguas, mientras la mosca acompañaba con lascivia cada
movimiento.
Cuando
por fin estuvieron frente a frente, se desgusanaron las llagas. Luego
David arremetió contra la carne roja y Goliat, mansamente, se dejó
devorar.
2 comentarios:
Ya echaba de menos otro post.
Excelente (como siempre!)
;)
Gracias :¬]
Abrazos
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