
Con los pies lastimados tanteó el filo. Quizá se sentía más alta. Su cuerpo se erguía sobre llagas. Apretó los ojos para que no se escapara más agua. Su interior era una gran salina de la que se desprendía humedad. La abrazó un temblor. El frío cubrió su piel con un saco largo hasta los pies. Una desnudez total se agazapaba tras botones y telas. Ella, prisionera de sangre, era una animal ulcerado con forma de mujer.
Afuera la ciudad. Aeropuertos vacíos, desayunos con nadie, tardes de café sin sol y camas enormes.
Al fin consiguió escaparse de la maleta de carne. Subió presintiendo lo imposible, y se dejó llevar.