El trámite

Hice esa fila interminable para renovar el documento de identidad. Al llegar a la ventanilla una señorita de tetas grandes balbuceó un "buenos días" sin convicción. Le entregué el formulario con mis datos y la foto carnet. Examinó varias veces su archivo, revolvió cajones e hizo un par de llamadas. Me entretuve oyendo los insultos de la gente que estaba detrás. Después de un rato la empleada acercó su escote a mi cara y afirmó de manera contundente “usted ha muerto de una enfermedad pulmonar”.
Hice las averiguaciones del caso, me sentí ridículo, pero no tenía pruebas de mi existencia. Al parecer me habían realizado una autopsia y enterrado en una localidad vecina así que pedí ver mi cuerpo. Los peritos y yo caminamos hasta el cementerio de Timisoara. Llegamos a las siete de la tarde de un día invernal. “Abríguese bien” me aconsejó el más bajo con un gesto burlón. Yo permanecí en silencio. Ambos llevaban un traje gris y se camuflaban con la bruma del parque, la niebla nos hacía invisibles a los tres.
El lugar al que llegamos parecía un hospedaje para viejos. Pregunté adónde estaba el cuidador. El petiso se rió moviendo toda la panza “andará borracho, tirado por ahí...”. Se miraron de reojo y seguimos el peregrinaje por los pasillos de tierra.
Minutos después llegamos a una piedra que ponía mi nombre. “Ahora tendrán que mostrarme que la tumba no está vacía, no?” dije mecánicamente, como si se tratara de otro. Me miraron con sorna, el más alto fue a buscar un par de palas y cavaron durante más de una hora.
Yo aproveché para recorrer el sitio. Los retratos incrustados en las placas me resultaban familiares. Regresé con el estómago revuelto, me costaba respirar.
“¿Y qué si tuvieran razón, si he muerto hace catorce años?” pensé. En ese caso la vida del más allá era igual a la anterior, “el cielo no puede ser esta mierda” me dije. Era evidente que se trataba de un error administrativo.
A medida que me acercaba a la tumba exhumada percibía el amontonamiento de barro presuntuoso como a punto de derrumbarse encima de mí. Los funcionarios descansaban apoyados en las palas y por sus fosas nasales se escapaba un sopor turbio. “¿Una caladita?” me convidó el lungo mostrando sus grandes dientes amarillos. El enano emitió una carcajada. “¡Abran esa caja de una puta vez!” grité fuera de mí. Obedecieron.
La tapa chirrió. A esa altura había anochecido completamente, un vaho podrido emanaba del barro. Sentí un alivio absurdo, “aquí no hay nada” llegué a decir. Y me desperté entre estas paredes de madera.

5 comentarios:

TORO SALVAJE dijo...

Bravooooooooooooooooooooooooo.
Me encantó.

Besos.

La Morsa a la Deriva dijo...

Me encantó!

José Ignacio García Martín dijo...

Pues yo tengo el carné caducado... ¿Significará eso algo?
Qué miedo, por favor.

Javier Puche dijo...

Me ha gustado. A todos nos da mucho miedo renovarnos el DNI. Yo lo hice hace poco y aún estoy temblando. Muchos besos

malditas musas dijo...

Cuatro abrazos viajan desde aquí.

musa